¿Dónde están los invisibles?

Un antropólogo Francés se dio a la tarea de investigar lo investigable, como todo buen antropólogo había aprendido de todas las personas algo importante, por ejemplo de la cultura Mayas en Guatemala había aprendido que no importa que tanto se haya vivido, lo importante era dejar huella,  de la cultura afgana aprendió que algunas veces el orgullo sobrepasa la razón, de la cultura norteamericana aprendió que la necesidad del hombre muchas veces es innecesaria y así recorrió el mundo entero aprendiendo diferentes idiomas, culturas, comidas, ciudades, estructuras, filosofías, ideas, rituales de amores y sexo que en eso no muchos diferían, “todos los seres humanos se aman igual” decía con una sonrisa incierta. (Solo él sabe)
Aunque sabemos que los conocimientos no tienen un límite este se había cansado de investigar aquello que por alguna razón unos y otros colegas  ya habían tentado con sus ociosas manos de y analizado con sus perturbadas mentes.
Ya se había cansado de re escribir en lo ya escrito, re pensar en lo ya pensado, indagar en los textos de alguien más, ser un conocedor más, un copista de las ideas de alguien más.
Estaba harto, un harto especial, no como quien detesta su trabajo y dice cada mañana antes de despertarse “estoy harto”, pero de igual manera se levanta a trabajar. Si no un  harto como de aquel que está en la orilla de un precipicio y dice “estoy harto” antes de dar el último paso a la nada.
Entonces inicio su búsqueda incierta, la búsqueda de los invisibles, los que no existen, los que no conocen, los que no son.
Busco entonces en la selva tropical pero los que estaban allí, ya tenían una cola de antropólogos redactores del secreto de la virilidad del hombre. Busco entonces en la cima del Himalaya y al encontrarlos eran tan superfluos tan metafísicos que todo aquello investigado iba a trascender por el alma, se convertía en filosofía y ese no era su profesión. Entonces decidió ir al mayor enigma de la humanidad poco explorable (por miedo) la mujer y se sentó con una mujer hermosa  pero antes de ser antropólogo fue hombre explorador del sexo opuesto, exploro pero nunca entendió, por lo tanto se rindió (a ella)
Después de años de  búsqueda una tarde decidió renunciar a su carrera antropológica, no existía ninguna esfera del conocimiento sin explorar, “el ser humano en si, es un enigma descubierto” se dijo a si mismo mientras pasaba la mano por su cabeza pensando en todo el tiempo perdido.
Así llego a la orilla de la calle, con aquella humanidad en pleno ejercicio del deber frente a el, los carros no paraban y todos corrían presurosos donde los esperaban, pero a él se le habían acabado las razones, por consecuente las ganas. Entonces cayó desplomado sobre la banqueta inclino sus rodillas y coloco su portafolio en el suelo, se llevó las dos manos a la cabeza y arrastraba su cabello entre sus dedos con una desesperación presurosa, en eso, en medio de su colapso mental escucha una pequeña voz que le dice  -¿lustre?-  el alza la mirada y enfrente a  el un niño que con herramientas en mano miro hacia sus zapatos de antropólogo ósea zapatos de hombre.
 Era tanto su abatimiento que ni siquiera afirmó o negro la pregunta de este pequeño, entonces al verse en opción de tomar su gesto como una afirmación, el niño comenzó a lustrar sus zapatos.
Izquierdo
Pasta, brillo, cepillo
Pasta, brillo, cepillo
Pasta, brillo, cepillo
Brillo, brillo, brillo
Derecho
Pasta, brillo, cepillo
Pasta, brillo, cepillo
Pasta, brillo, cepillo
Cepillo, cepillo, cepillo
Mientras este desfile sistemático de una labor se realizaba, el Antropólogo pensaba en las personas invisibles, las que no había encontrado, las que no había descubierto, las que no existían en lo que conocía, pero tenían denominación en la potenciación de lo conocido.
El niño termino su labor después de unos minutos y  extendió su mano como en señal respetable de quien cumplió su trabajo y merece su pago, el antropólogo aun consternado, como mecánicamente saco su billetera y le dio el dinero, el niño lo guardo, recogió su indumentaria y se retiró lentamente contando su ganancia.
El antropólogo, con una ceja levantada y la mano colocada en su mentón observo sus zapatos de una brillantez reflejable  y al niño consecutivamente y pensó.
Características de un invisible (dos puntos) Hablan pero nadie los escucha, están pero nadie los ve, no existen, pero existen, no tienen nombre, no tienen edad, nadie los recuerda, los libros no escriben de ellos.
Se colocó de nuevo la mano en la cara esta vez con la boca abierta y separo las piernas para verse los zapatos lustrados y sus ojos se abrieron prominentemente y dijo sorprendido y en voz quebradiza  -¡ellos son!  -ellos son los invisibles-.
Les damos dinero pero no los conocemos, hablan pero nadie los escucha, dijo lentamente en balbuceos con la mano en sus labios, los olvidamos con facilidad, no son nadie siendo alguien, un zapatero, el que vende el periódico, el niño lustrador, el limpia vidrios del semáforo. Todo tiene nombre pero no existen, son de nosotros pero no están con nosotros.
Son otros
Son ellos
Son invisibles se hacen imperceptibles al materialismo humano, no los cuenta, no se relacionan no son seres materiales, no existen, los excluimos, los redujimos, los eliminamos, no trascienden no pretenden, no comulgan, no son, ni serán.
Así corrió hacia el pequeño niño que en la oscuridad de la tarde desaparecía y semi  trotando lo alcanzo, colocándole la mano en el hombro dijo:
-Hola-
El niño asombrado no respondió y lo observo receptivo a su actitud de inventor al inventado.
-Quieras ser mi descubrimiento- le dijo acelerado
El niño con rostro intrigante solo dijo, ¿ha? (Que es igual a nada) y en la nada se manifestó la totalidad del producto.
¿Cómo te llamas? Dijo el antropólogo
-Julián- respondió el niño
 -hola Julián, bienvenido a tierra material- dijo el antropólogo sonriendo

Desde ese entonces, va por el mundo descubriendo a los invisibles. 
Convirtiéndolos en alguien.

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