
Los caminos cada vez se hacían más diferentes, las calles
más solitarias, la gente se veía más cansada, mi frente tocaba la fría ventana
y mi hombro se recostaba sobre el borde, apreciaba los paisajes, esas inmensas
montañas, la cierra madre imponente, los cielos azules arrepentirse a medias
tarde tornándose naranja, hasta quedar todo totalmente oscuro, la luz plateada
de la luna brillaba en mi cabello, y entonces inicie a buscar las estrellas de
perfil, vi como los días pasaban en un bus, como la noche y el día se hacían
uno en el mundo, vi las fronteras divisorias ser simples burlas del ser humano.

Para convivir con ellos, con los que me veían a los ojos,
con los que sonreían contra todo pronóstico, los veía en el camino, pasaban
junto a la carretera, cargando carretas, caminando descalzos, su rostro estaba
quemado por el sol, su ropa no era ostentosa, pero sus paisajes eran
envidiables.
Cada vez más la idea de una frontera política me indignaba,
encontraba en todos similitudes, cada vez que se me pedía mi pasaporte lo
asimilaba como una herramienta divisoria excluyente creada por aquellos que no
piensan que juntos somos más, en las fronteras éramos otros, y nos trataban
como otros, pero llegando a las ciudades, que son más pequeñas de lo que todos
cuenta, nos encontramos a los nuestros, a los que nos reconocían y trataban
como uno, cuando amanecía nos enfrentábamos a las calles, a los bulevares, a
los buses.

Cuando el sol todavía no aparecía, nos encontramos de nuevo
en el bus, el frió de la madrugada nos llevó al sueño del viaje, me desperté
antes que amaneciera y vi como el sol cubría a las grandes llanuras verdes con
una delgada capa de luz, que despertaba gentilmente a sus pobladores, el
silencio manifestaba una sensación de paz y ser cómplices de la naturaleza y
conmigo misma, era difícil creer que en esos mismos lugares boscosos se había
librado una guerra civil, que en esos mismo lugares el mundo se había vuelto
frio y oscuro,
¿Cómo se podía pelear en el paraíso?

Entonces como el Quijote de la Mancha pensó alguna vez encontramos a gigantes, pero tan solo eran molinos de viento, ya me habían contado que cuando los viera cerca de la carretera era un símbolo de que Nicaragua estaba acercándose. Por lo tanto suspire y abrí los ojos ante este imponente paisaje, así como amaneció así también la tiniebla inevitable volvió aparecer, después de 10 horas llegamos a una Nicaragua de luz.



De madrugada nos dirigimos a Costa Rica, este viaje ya había
sido inigualable, mi corazón estaba marcado por todos los que hasta ahora
habíamos conocido, llegamos a Costa Rica a las 4 de la tarde un señor se ofreció
a compartir un taxi con nosotras, cuando le intentamos pagar no acepto el
dinero, así confundidas en la parada de bus por el cambio de moneda una joven
de pelo rubio nos dijo cuál era su
denominación económica, nos prestó un
celular y nos subió al bus que teníamos que ir, Costa Rica nos abrazó con su
gente, al llegar a nuestro destino Puerto el Limón otro viajero nos llevó a
mostrar su pueblo, un pueblo pequeño un poco descuidado pero igualmente
hermoso, ahí en su casa junto a su familia
nos hablaron de su vida, nos sentaron a la mesa con ellos, incluso compartimos
anécdotas del viaje, la comida deliciosa, su madre peruana hacia que los
alimentos tuvieran sabor a su país.
Por la mañana nos dirigimos a la playa, ya nos habían
contado que un terremoto previo había sacado el coral a la superficie, pero lo
olvidamos un error que pagaríamos caro, la ola nos arrastró, como pudimos
salimos a la superficie, no sin antes darnos cuenta de los golpes que habíamos recibido por olvidar
un consejo que hubiera sido muy útil.
Una familia se acercó, tres pequeños niños nos empezaron a
cuestionar, nosotras jugamos con ellos, nos contaron de donde eran, nosotros
también, e inesperadamente, la abuela de los niños nos había comprado almuerzo
y juntos, esa tarde frente a las olas a la orilla del arrecife criminal, esa
familia nos recordó que en Costa Rica la familia sabe igual que en Guatemala.
En la parada de bus, conocimos al personaje más vistoso de
todo Puerto el Limón un hombre afrodescendiente de unos 50 años, su vida nos la
conto mientras esperamos un bus que al final no fue necesario pues caminamos, él nos llevó en un tour por todo su pueblo,
nos contó su trabajo, bajar cajas de banano de los barcos Estadunidenses, me conmovió
su historia y me hizo pensar en la de mi país,
pocas cosas han cambiado dije, el poder ahora se encuentra en las manos
de aquellos que no lo pueden apreciar.
Nos sentamos en el parque mientras veíamos a los perezosos
en los árboles, para ese entonces ya me había percatado que el coral había
hecho estragos en mi pie y que apenas podía colocarlo recto sobre una
superficie, pero entonces mi compañera de viaje valerosa me dio esperanza,
compramos medicina y seguimos nuestro camino ante otra central de bus donde
conoceríamos una playa más hermosa aun, Puerto Viejo.
Sentada y adolorida pregunte que bus nos llevaba, una señora
afrodescendiente nos dijo que era el bus verde y que ella también iba en él, su
acento parecía de origen garífuna aunque probablemente este equivocada, cuando
entramos al bus pensábamos que no había lugar, cuando nos percatamos que ella
había colocado su humilde bolsa de paja, para guardar dos lugares junto al de
ella, nos habló todo el camino, no enseño los distintos pueblos, nos contó de
que trabajaba, la plática solo se vio interrumpida por un suceso familiar, a la
orilla de la carretera un hombre boca abajo daba su último espectáculo al
mundo, la muerte, no estaba conmocionada, en mi país eso se veía seguido, pero
hizo darme cuenta de una realidad, en todos lados morimos igual, la violencia
se hacia parte de mi sangre, de mi pueblo, de mí.


una mesa con una pareja de costarricenses de ciudad y un canadiense, nos ofrecieron su comida, y entonces me preguntaron qué sabia de los Mayas, les conté todo lo que pude, fascinados me escuchaban mientras todos se divertían, les conté de su Nahual y se emocionaban, cuando escuchaban algo que les gustaba me estrechaban la mano y abrazaban, como rememorando lo que nunca fueron.
De regreso a nuestro hostal se nos perdió el tiempo, ya
estaba amaneciendo y un inglés tocaba en el restaurante de arriba y todo
parecía un sueño del cual aunque sabíamos que teníamos que despertar no lo
queríamos hacer.
El viaje no acaba y las personas son interminables dos
españoles con los cuales compartimos ruta, un canadiense que era lugareño, una
italiana y un argentino que nos hicieron pizza, un taxista que nos habló de la
modernidad de la ciudad, un brasileño que iba a ver a sus nietos, el viaje
siguió pero es en la carretera donde me enamore de la ruta.
Esas líneas paralelas que nos llevaron a miles de lugares
inciertos e inimaginables, tan hermosos tan diferentes, el tiempo era nuestro
enemigo el cual vencíamos con el transporte. Los recuerdos me embriagaban y la
vida estaba pasando junto a mis ojos y la estaba tomando en mis manos,
sosteniendo como una caña de pescar donde el hilo se iba y no tenía intención
de tensarlo, estuvimos en todos los lugares, donde no vivíamos pero vivimos, de
donde no éramos pero pertenecíamos.
Aprendí que la vida se cierra como mis ojos en la carretera,
pero hay que saber despertar en el paraíso que queremos, un viaje como este
despierta la conciencia del ser humano, transforma criterios y te despierta
ante la posibilidad.
Mis amigos, mis países, mi gente.
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