Caminaba a paso lento un pie después de otro, la cabeza
abajo, apenas si podía sentir su
respiración, incluso si hubiera querido emitir un sonido de la conciencia
única, hubiera sido imposible, pues sus pensamientos antagónicos estaban atados
a la amargura de su alma.
Y así prosiguió caminando sin saber a donde, sin saber a qué,
caminaba sin llegar a ningún lado, un suspiro lo hizo detenerse y preguntarse ¿porque? ¿Por qué de esas
situaciones o acontecimientos? porque la vida en si misma había sido denotada en su
persona en cierta manera, después de incluir un suspiro más a su interminable
desfile de miseria prosiguió su caminata. (Un pie después de otro)
Siempre pensó que su vida iba a ser diferente, se imaginó de
tantas maneras, se soñó tantas veces en diferentes circunstancias, (pero no) su destino era fracasar su objetivo
era detenerse a medio camino y quedarse allí.
De repente recordó los años donde su piel no había sido
marcada ante las profundas manchas del tiempo y esos ojo, ojos negros y
profundos, se estableció en el una
necesidad, de ver esos labios rojos por el frio, ese instante en el que la pudo
besar, esa despedida sin holas futuros.
Ese beso que jamás dio, el sentimiento que jamás pudo
vincular, el adiós seco, pensó en cómo pudo ser su boda, en los hijos que pudo
tener y probablemente en su divorcio gracias
a su apatía por la vida, pero hubiera vivido, pero hubiera besado, pero la
hubiera amado en ese noviembre tan frio le hubiera quitado el calor a besos (y a…..)
No lo hizo en la despedida, la abrazo y apenas su mejía roso
la suya, ella se quedó como esperando lo que jamás vendría, el pensó que ella
era demasiado, o mucho, o más que su mismo deseo. (Por lo tanto (nada))
Acelero el paso, molesto consigo mismo, enojado, brutalmente
herido en su ego de hombre, la conciencia le apuñalaba el corazón, las entrañas
y el orgullo.
Casi corriendo a un destino invisible, se le venían todas
las respuestas a su cabeza, todas esas ideas esas disyuntivas, todas las
preguntas que no le hicieron, le daba coraje, porque nadie se las pregunto, mas
coraje aun le dio recordar aquellas preguntas que le hicieron pero que no tuvo
el valor de responder.
Gritaba dentro de si mientras corría en la madrugada de un sábado,
¿porque nunca me preguntaron? ¿Porque nunca respondí? Yo sabía que sabía, a
quien le quedan mis respuestas, si nadie me hizo la pregunta.
Después de tanto correr su cuerpo cansado aviso que no resistía,
no solo su miseria emocional consumía su ser, si no la física le avisa que los
años habían pasado sobre su cuerpo dejando la marca de la vejes.
Desacelero el paso, y sintió como las lágrimas le corrían
por los ojos, como ceño fruncido no regresaba a su espacio original.
El billete de lotería que nunca compro, el dinero que nunca
tuvo, la comodidad que siempre deseo. Los insultos que nunca respondió, los
golpes que se quedaron en los puños amarrados a la cobardía, las escupidas en
la cara los golpes al corazón pero más que nada, lo estúpido que fue al
permitirlo.
Se odiaba, se detestaba, repugnante ser, nunca fue capaz de
hacer algo por él, de seducirse a sí mismo, entregarse a una satisfacción propia,
siempre perteneció a los demás y jugo al deseo que ellos necesitaban.
Hoy estaba solo, sin los demás, sin los sueños, sin los
anhelos, sin deseos era un hombre sin alma, sin conciencia, sin un lugar a
donde llegar, un golpe de realidad destruyo su sentido direccional y se percató
que estaba en el puente, abajo no exista a sus ojos porque la neblina lo cubría,
arriba nada más el con sus manos tocando el barandal.
Sus pensamientos retornaban a ella (que no era la misma (anterior))
esa necesidad de amarla, de tenerla en sus brazos de recuperarla, de besarla
una y otra vez hasta que su piel se tornara roja, de hacerla su diosa y
adorarla, de pecar tanto, de redimirse solo, cada pecado hubiera sido digno del
infierno si tan solo hubiera sido capaz de tocarla una vez más.
Analizando la situación
se dio cuenta que las cosas hubieran sido distintas, el solo hecho de tenerla
en sus brazos provocaría un odio repentino, después una aseveración divina de pasión, provocaría golpearla, besarla, decirle que a
pesar de su victoriosa forma de ser mujer era un fracaso para el amor, que lo
que en el provocaba no era amor si no una malformación de odios constantes,
seguido de una repentina pasión, que lo que provocaba en los demás era un deseo
pasajero, que nadie la iba amar, que era un juguete, un ironía de la fantasía,
que lo que hubo entre ellos era solo sexo. (Y demás)
Ese jueves, maldito de noviembre, en donde los encontró desnudos
a ella y a él (o sea el otro) envueltos en lujuria en la misma habitación donde
se juraban amor. Pego un grito arañando la baranda de cemento del puente y finalizándolo
con un golpe de puño al cemento frio, su mano quedo caliente, temblorosa,
ajena.
Coloco un rodilla en el barandal, seguida por la otra hasta
bajar los pies en la superficie externa al puente, lo único que lo hacía
permanecer al puente físicamente: eran sus talones y la punta de sus dedos,
emocional: el miedo.
Nunca había tomado el valor de una decisión en su vida y
cuando lo hizo le mataron el alma. Quitarse la vida era la única decisión que
le quedaba, la que estaba en sus manos, la inmediata.
De repente en el proceso de empujarse al borde de la nada,
contemplo la opción, de vivir que también estaba en sus manos, la vio más cercana
que nunca, un reto, un problema, un laberinto, acertijo, que no vio imposible,
aunque conocía su dificultad.
Se sintió más vivo que nunca, al levantar su rostro en lagrimado sintió el viento frió de noviembre colarse por su nariz y llegar hasta sus pulmones, se sentó en la baranda con los pies colgando a la nada. Como si nada recogió sus piernas y regreso al lugar seguro, coloco sus manos en las bolsas del pantalón, y camino de regreso, el destino que seguía sin conocerlo, pero esta vez sería más fácil, porque había luchado contra la muerte y había ganado la vida, y eso lo hacia invencible al destino.